Diego y Leonardo (Mapocho Rockers, Chile): “La música tiene que salirte del estómago”


Diego y Leonardo son dos músicos chilenos de 30 y 29 años. Se conocieron en Santiago de Chile en los tiempos universitarios, pero su asociación artística es relativamente joven. Lucen estilos personales diferentes, pero complementarios. De esta química nace el dúo Mapocho rockers. Mapocho por el río de su país y rockers “¡por actitud!”, exclaman ambos a la vez con un entusiasmo que no deja lugar a dudas. Diego toca la flauta y Leonardo canta y lleva la guitarra. Sus territorios de caza son dos: los vagones del metro y las terrazas de bares y restaurantes.
Diego es el más veterano. Lleva diez años en el oficio, dando lo mejor de sí mismo al público. Primero en Chile (“Los artistas callejeros forman parte del paisaje y de la cultura allá en mi país”, explica). Después por toda América y ahora en Europa. Es un experto payaso. En su expresivo e inteligente modo de mover las manos se le adivina la profesión. Sus actuaciones relámpago en un semáforo de Parco Sempione han merecido la atención de la prensa milanesa que ya le ha entrevistado en varias ocasiones. En cuanto se enciende el disco rojo, Diego salta entre los coches y ofrece su número a los conductores. Luego pasa el sombrero a toda velocidad. Por la noche cambia el maquillaje del actor por la flauta y baja al metro a regalar cumbias a los pasajeros. 
Leonardo viene del mundo de la música culta. Es director de orquesta. Ha publicado varios discos y compone complejas piezas con aroma de vanguardia. Sus ambiciones artísticas no le impiden entonar tangos, rumbas y boleros, que son el plato preferido de su vertiginoso público. El arte callejero le ha salido al encuentro de manera fortuita y ya en Europa. Vive la experiencia con pasión y curiosidad, pero en su escritorio nunca falta una partitura emborronada. “Hace mucho que la música está muerta. De por sí ya no expresa nada”, afirma. Y sus ideas toman forma en composiciones donde elementos insólitos como la tos conducen la melodía. 
Ambos han echado toda la carne en el asador de una apuesta dura, pero apasionada. Música y teatro. Dos mundos hermanos que se asocian en los Mapocho Rockers.

¿Cuál es vuestra estrategia? ¿El ataque relámpago o el show completo?
Leonardo: Siempre ataques directos. Nos metemos en medio de la gente. Tocamos dos canciones y luego pasamos el sombrero. Trabajamos con un repertorio de unos veinte temas que vamos nutriendo. 
Diego: Pero lo del sombrero hay que hacerlo con arte. Es una parte más del show. Tienes que hacer sentir a los espectadores que son ellos los afortunados por escucharte y por poder darte plata. Y no tú por recibirla. Hay que hacerlo con estilo. Con algún discurso gracioso. Con bromas: “¡Venga, señores! ¡Que esta es su oportunidad de recompensar a estos dos chicos!”. Cosas así. 
¿Alguna vez os han dejado en el sombrero una propina especial?
Diego: Una vez una chica me dejó un trozo de hachís. Y otra su número de teléfono.
¿La llamaste?
Diego: Sí.
¿Acompañáis vuestra actuación con algún tipo de gag o diálogo ocurrente?
Leonardo: Durante un tiempo probamos a hacer una especie de discurso al empezar. Pero enseguida lo dejamos. La gente quiere música y basta. 
Os vestís con traje y corbata para actuar.
Diego: Es que como te ven, te tratan. El traje es también una protección. Puedes tener un mal día. Estar de mal humor. Desafinar. Pero ir bien vestido te da como más credibilidad. 
Leonardo: Y oye, estamos creando escuela en Milán porque otros músicos que nos cruzamos en el metro están empezando ahora a llevar traje como nosotros.
Una cantante me dijo que hay que sonreír siempre. Pase lo que pase.
Diego: Bueno. Es importante sonreír, sí. Pero la clave es la energía. La convicción. Eso la gente lo percibe de inmediato y reacciona en consecuencia. Lo que cantas te tiene que salir de aquí (se golpea el estómago).
Leonardo: Lo que cuenta de verdad es el contacto. Que la emoción sea verdadera. También la convicción, sí. Uno puede estar doce horas golpeando las cuerdas de una guitarra eléctrica con una pelota de ping pong y, si lo hace con convicción, el público le hará caso.
¿Cuántas horas trabajáis al día?
Leonardo: Cuatro. Y a eso hay que sumarle en teoría otras tantas de ensayo y preparación. Hay periodos en los que practicamos más. Y en otros nos relajamos. 
Diego: Empezamos tarde, a eso de las ocho, que es cuando los pasajeros ya no tienen prisa por llegar a los sitios. Están más relajados y dispuestos a escucharte… y a dejar una moneda. Antes tocábamos más temprano, pero iban todos estresados y con ganas de meterse en casa. O estaban cansados. Ahora actuamos a las horas en que salen a celebrar y entonces son más generosos. 
¿Qué hacéis cuando llegáis a una nueva ciudad?
Diego: Nada. Nos ponemos directamente a tocar. Vamos adonde esté la plata. Luego un poco por aquí y por allí terminas haciendo amistad con los otros artistas del lugar.
Leonardo: Exploramos el terreno para ver qué sitios son buenos. 
¿Cuál es vuestro público?
Diego: Los latinos nos adoran. Sobre todo cuando tocamos cumbias. Los inmigrantes a lo mejor no tienen mucha plata, pero nos dejan lo que pueden. También nos funciona muy bien con las chicas jóvenes y con las señoras. Es normal. Unas muchachas que canten llamarán más fácilmente la atención de los hombres que de las mujeres. A las chicas les gusta ver a un chico que hace lo que mejor sabe con convicción. 
Leonardo: En nuestro número Diego siempre se hace el seductor con alguna. Le sonríe, toca para ella… es moneda segura.
Diego: Siempre dentro de los límites de la elegancia, claro. 
¿Alguna observación sociológica más?
Diego: Los borrachos no te dan nada. Llegan a un punto en que ni se paran ni te prestan atención y el dinero que les queda en el bolsillo no es para ti, sino para beber. Cuentan la plata en copas. 
Leonardo: Los japoneses tampoco son el mejor público. No les nace dejar propinas. Si les insistes dicen: “¡Ah!” y te dan cinco céntimos.
¿Os habéis topado alguna vez con mafias que hagan negocio con los músicos de la calle o se trata de una leyenda urbana?
Diego: Nunca nos hemos encontrado nada de eso. Tal vez en el sur de Italia haya que ir con más cuidado, pero no se nos ha presentado el caso.
¿Cómo capeáis a locos, saboteadores y demás imprevistos?
Diego: Con imaginación. Una vez, en Chile, estaba en plena actuación de payaso cuando un perro callejero se puso a ladrarme. Sucedió en el peor momento porque justo estaba empezando a juntar público. Aquello podía acabar en desastre, pero lo que hice fue meter al animal en el número. Interactué con él. “¡Soy un domador de bestias!”, me puse a gritar. No soy muy de relacionarme con perros, pero conseguí que durante unos momentos respondiera con ladridos a lo que yo le decía. Y la gente se reía muchísimo. Luego se fue por ahí y yo seguí con mi repertorio. 
Conozco también a uno al que le pasó lo mismo y llegó a dejar que el perro le mordiera, sin pasarse, para meterlo en el gag.
Un consejo para un aspirante.
Diego: Cuidar mucho los cartuchos. Los cartuchos son tus mejores bromas o, en caso de ser músico, tus mejores canciones. Aquellas que la experiencia te dice que funcionan mejor. No debes utilizarlas cuando todavía estás congregando a la gente, porque entonces las desperdicias. El momento de explotarlas llega en cuanto tienes al público agarrado. Entonces cantas tus mejores temas y te sueltan la plata. Retener al público es importantísimo. Fíjate que hay incluso quien no es buen artista en sentido estricto, pero que sabe agarrar a los espectadores. O que tiene gracia para pasar el sombrero, que eso es un arte en sí mismo. Una parte más del show que hay que cuidar mucho porque de ella depende la recaudación.
¿Qué tal es la convivencia con los otros músicos del metro?
Diego: En general hay amistad. Se intercambia información, se dan ideas…
Leonardo: Nos tratamos como colegas. Sólo con los rumanos estamos teniendo problemas. El otro día íbamos a entrar en el vagón y nos los encontramos a todos en la puerta como una muralla. No querían que pasáramos.
¿Tocar en la calle crea adicción?
Leonardo: A mí me gusta la música en general: componerla, interpretarla, dirigirla, escucharla… la satisfacción de los aplausos, del público feliz… todo llena igual. Por formación soy músico de conservatorio. Por eso al principio veía el arte callejero como algo menor. Sin embargo luego he descubierto que es muy divertido y que da muchas alegrías.
En vuestra tarjeta os presentáis como un teatro orquesta. ¿En qué consiste el concepto?
Diego: Es por nuestras especialidades. Yo vengo del mimo y Leo de la música. Tenemos en proyecto meter diálogos en el show (se miran como diciendo: “cuánto trabajo tenemos por delante”). Sí que bailamos. Nos movemos bastante. Interactuamos. Hacemos animación musical. 
Leonardo: Lo de la tarjeta de presentación fue idea de una amiga diseñadora. Y es efectiva. Transmite profesionalidad.
A la hora de elegir el repertorio, ¿os funcionan mejor las canciones famosas o los temas exóticos?
Diego: Las canciones famosas. Es muy importante que el oyente conozca lo que tocas porque entonces se identifican contigo. Y eso les mueve automáticamente. Te prestan más atención. Todo cambia.
¿Son más efectivas las canciones lentas o las rápidas?
Diego: Hay una canción lenta que en Europa nos funciona muchísimo. Es Bésame mucho, de los Panchos. Infalible. 
Leonardo: En realidad no hay reglas. Todo depende de muchos factores. Lo importante es la actitud, la afinación, la pericia con que tocas.
¿Tiene sentido interpretar temas propios?
Diego: Como decíamos, es importante que la gente conozca lo que cantas, pero también uno puede mostrar su propia música. ¿Por qué no? Eso sí, tienes que generar tu propio espacio. Piensa que es muy diferente actuar para los amigos que para desconocidos. A mí me gusta muchísimo Silvio Rodríguez, pero no tocaría nada suyo en el metro. No hay que perder esa perspectiva.
Dentro de un rato bajaréis a la estación de Lanza. ¿Cuál es el secreto para triunfar en el vagón?
Diego: No son buenos los vagones llenos-llenos. No nos interesan. En ellos no se puede ni tocar. Es mucho mejor un vagón con menos gente pero más predispuesta a escuchar. 
Leonardo: Nos permitimos el lujo de elegir a nuestro público. A veces entramos en el metro y, si no nos gusta lo que vemos, nos bajamos y esperamos el siguiente.
¿Se puede vivir del arte callejero? ¿Además de un modo de vida es un modo de supervivencia?
Diego: Puede serlo. Yo llevo diez años practicándolo, primero como actor y ahora como músico. Pero tienes que ampliar tu espectro. Nosotros trabajamos casi cuatro horas al día. Si sólo te dedicas a esto te vuelves loco. Tienes que buscar otras cosas con las que despejar tu cabeza, porque la motivación es fundamental para que las actuaciones vayan bien.
Leonardo: Hasta hace poco estuve trabajando en una oficina. Pero tomé la decisión de vivir del arte y voy a buscar la manera de que la música me lo permita.